07 abril 2007

Ricardo Garcia




Rebelde con Causa

Hombre clave de la contracultura pinochetista. Promotor por excelencia de la v�a chilena al rock & roll, y una d�cada m�s tarde de una canci�n necesaria, la de conciencia. �Qu� tuvieron en com�n la Nueva Ola con el Canto Nuevo? Un tipo que hizo realidad la trillada met�fora de la guitarra y el fusil, transformando a la m�sica chilena en un reducto de la resistencia a la dictadura.

Por Sergio Benavides y Sebasti�n Montecino | Fuente: La Naci�n

El 10 de septiembre de 1973 Ricardo Garc�a estaba en cama. Una gripe no lo dej� hacer su programa en la Radio Corporaci�n. Mientras en diversos lugares del pa�s comenzaban los movimientos previos al golpe, un viejo amigo fue a visitarlo: V�ctor Jara. La ocasi�n, seg�n cuenta la esposa de Garc�a, fue aprovechada para hacer una entrevista. Lo que ignoraban ambos, era el papel de m�rtir que la historia ten�a deparada al cantante y que ese ser�a el �ltimo registro de su voz. Al d�a siguiente, Jara era detenido y poco despu�s asesinado. Garc�a, que a pesar de la gripe decidi� ir a trabajar, fue bloqueado por carabineros y volvi� a su casa. D�as m�s tarde se enter� de la muerte de su amigo por la radio. Sinti� una profunda tristeza. Record� desconcertado las palabras de elogio que Jara us� para referirse a los militares.

Garc�a vino al mundo como Osvaldo Larrea. Construy� su fama como dejota en el programa �Discoman�a�, legado que recibi� de Ra�l Matas tras su partida a Estados Unidos. Promotor ferviente de la canci�n popular, acumul� en su historia personal varios hitos de los �ltimos 40 a�os de la m�sica chilena. Cre� el Festival de Vi�a, el primer festival de la Nueva Canci�n Chilena y tuvo un rol fundamental en la factura y desarrollo de la Nueva Ola.

En la televisi�n, gener� un espacio que traspas� generaciones: �M�sica Libre�. Y aunque a�os m�s tarde el veto fue una condici�n con la que tuvo que aprender a convivir, no se buscaba enemigos. C�sar Antonio Santis, animador y n�mero fijo de la era pinochetista, lo reemplaz� en �M�sica Libre�. Pero a Garc�a no le importaba y, pese a las puertas que se le cerraban y que lo alejaban cada vez m�s de los circuitos rentables, se declar� �admirador� de esa joven promesa de la TV.

Fue principalmente un hombre culto ligado a la radio y a la m�sica. Cuando en 1963 Radio Miner�a lo envi� a cubrir el funeral de John Kennedy, realiz� una serie de entrevistas a los testigos del asesinato en Dallas. A su regreso, trasmiti� un programa documental con ellas, pero cuando unas semanas despu�s quiso hacer una copia para su discoteca personal, se encontr� con que las cintas hab�an sido borradas. De ah� naci� un hobby que cultivar�a por a�os: la de coleccionar grabaciones de hechos hist�ricos. Cuando el material acumulado era considerable, se decidi� a hacer un programa. El primer cap�tulo fue dedicado a la Guerra Civil Espa�ola y se trasmiti� por Radio Corporaci�n. No hubo otros. Tras el golpe, Ricardo Garc�a, identificado p�blicamente con la Unidad Popular, fue vetado de todos los medios y su carrera como dejota se fue al tacho de la basura.

Ya sin trabajo en la radio asisti� a la desaparici�n por decreto del movimiento musical al que tanto hab�a contribuido. Mientras las zampo�as y charangos eran prohibidos por evocar conceptos marxistas, la Dicap desaparec�a y los artistas de la nueva canci�n Chilena eran asesinados, se perd�an en el exilio o ya no pod�an tocar en p�blico. Entonces eligi� una batalla que pod�a pelear y cre� en Sello Alerce en 1975. El dinero acumulado, seg�n cuenta Jorge Osorio en un libro sobre el locutor, s�lo le alcanzaba para cuarenta horas de grabaci�n. Se la jug� con dos grupos: Chamal y Ortiga dando inicio al movimiento del Canto Nuevo.

EL CONTRABANDISTA DE TROVAS

A pesar de que los discos no fueron censurados, su afici�n no pas� desapercibida ante los servicios de seguridad de la dictadura. Tempranamente, la CNI comenz� a seguirlo. Y aunque, seg�n cuenta Gloria Trumper (su esposa), trataron de encontrarle problemas por impuestos y otros resquicios, nunca allanaron su casa. Viv�an con el miedo al asecho, pero s�lo una vez fue detenido. En 1981 lo sorprendieron en el aeropuerto con una importaci�n de discos de Silvio Rodr�guez. Fue acusado de violar la Ley de Seguridad Interior del Estado. La benevolencia de los jueces, que escucharon y leyeron detenidamente las letras del trovador cubano, hizo que la demanda no pasara a mayores. �Cre�mos que lo desaparecer�an, pero no pas�. Los hijos de algunos jueces ten�an los discos de Silvio, lo que ayud� tambi�n�, cuenta su esposa. Igual debi� pasar una noche en la c�rcel, pero para su fortuna los gendarmes lo reconocieron y para protegerlo lo colocaron en una celda en solitario.

Su buena estrella lo segu�a como su fama. Una cercana piensa que en los altos mandos alguien le daba una mano. Garc�a era un hombre p�blico. Todos los adolescentes que amaron a Elvis Presley y a sus emuladores locales lo ve�an como a un �dolo. En su �poca de dejota era tal el fanatismo de sus seguidores que un d�a una admiradora decidi� que si no era de ella, �l no ser�a de nadie. Lo busc� de noche en la radio. De la cartera sac� un arma y apunt�: �Si no sigues conmigo, te mato�. De pronto son� el timbre que indicaba la hora de leer el bolet�n de noticias. Garc�a se dio vuelta y se fue al estudio. Ese segundo de desconcierto sirvi� para que sus colaboradores redujeran a la desequilibrada. Incluso, cuando el seguimiento de la CNI se hizo descarado y rutinario, su simpat�a hizo que m�s de una vez terminar� bebiendo con los agentes unos tragos en la Taberna Capri.

As� era Garc�a. Sin que el miedo lo paralizara trabaj� por sus sue�os a trav�s de la m�sica, y para su fortuna el oficialismo se limit� a tenerlo vigilado. Tambi�n escribi� para las revistas �La Bicicleta� y �Apsi�, entre otros, desde donde estamp� sus opiniones con valent�a y un idealismo que seg�n sus cercanos rayaba en la ingenuidad. Contribuy� con sus acciones a mantener el legado art�stico de los setentas, ese que casi desaparece a fuego y sangre tras el golpe. So�aba con un Chile en paz consigo mismo. �De repente los chilenos volver�n a compartir y a discutir sin armas en la mano�, escribi� en las postrimer�as de su vida. El destino quiso que alcanzara a disfrutar unos pocos meses de la democracia tan dif�cilmente ganada. En julio de 1990, en mitad de un viaje a Cuba que realizaba con su mujer, muri� de un infarto. La noticia impact� en todos los niveles del mundo art�stico. El primero en dar el p�same a la viuda fue Silvio Rodr�guez. Sus cercanos, que colaboraron en repatriar sus restos, no encontraron ninguna de las trabas burocr�ticas que normalmente acompa�an estos tr�mites. Los funerales fueron multitudinarios, entregando un p�stumo reconocimiento a un hombre que pese a las dificultades y a la persecuci�n pol�tica, se convirti� en uno de los m�s importantes promotores de la m�sica chilena del siglo pasado.

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